In memoriam

Éramos tan felices... Ella era muy alegre y divertida, siempre me hacía reír… aún recuerdo la suavidad de su cabello dorado, la frescura de sus labios y sus grandes ojos verdes…


-Carlos, despierte, el oficio ha terminado-le susurró el Padre Lorenzo, posando una mano en su hombro.

Carlos se levantó con pesadez y siguió a sus compañeros seminaristas. Se separó del grupo, y se encaminó a su pequeña habitación. Cerró la puerta tras él con delicadeza. Se acercó a la pequeña cama y sacó un marco de debajo del colchón. En la foto de éste aparecía una versión de él que creía desaparecida, parecía más joven y una gran sonrisa despreocupada le llenaba el rostro mientras miraba con ojos tiernos a la persona que aparecía a su lado en la foto. Era ella, Nora. Acarició con nostalgia su figura, mientras los recuerdos se agolpaban en su memoria. Recuerdos felices. Carlos sacudió la cabeza con decisión. Debía olvidarlo. Ahora debía concentrarse en su misión, en su gran tarea.



Nora despertó al oír el sonido que invitaba a volver a sentarse en sus asientos y a abrocharse de nuevo los cinturones. Una suave voz anunciaba que en apenas unos minutos aterrizarían en Haití, para ella en una nueva etapa de su vida. Se acarició la pulsera de su muñeca derecha con aire ausente mientras oteaba el horizonte por la ventanilla. Era un regalo de Carlos…

Tomó su pequeña maleta y se dirigió a una chica de más o menos su edad, que portaba un cartel con su nombre “Nora Arenas”. Dejó volar sus pensamientos, mientras se balanceaba de un lado a otro, sentada en el autobús urbano junto a su nueva compañera, Merci. Descendieron frente al pequeño hospital donde realizaría sus prácticas de enfermería durante los próximos seis meses. Realmente no le importaría quedarse para mucho más tiempo, ya no le queda nada en España. Sus padres murieron al comenzar su carrera en un accidente de tráfico, y Carlos… solo quedaban recuerdos dolorosos en España. Se alegró cuando le comunicaron que Merci sería su compañera de habitación. Era una chica muy agradable. Nora sonrió, feliz de cómo se presentaba su nueva vida.



Carlos oraba en la pequeña capilla. Oraba porque Nora estuviera bien, pero también oraba por él mismo, porque consiguiera pasar página, porque consiguiera olvidarla. Ya le había hecho demasiado daño. Ella no se lo merecía. ¿Quién iba a saber que recibiría la llamada del Señor cuando ya había encontrado a la mujer de su vida, a la mujer con quien desearía pasar el resto de su existencia? Había tenido que elegir, no había sido fácil, pero gracias al apoyo y consejo del Padre Lorenzo, creía haber elegido bien. Aunque en el fondo de su corazón y de su alma, el dolor le laceraba. Ansiaba volver a tenerla frente a él, acariciar su cabello, besar sus labios y su cuello, recorrer su cuerpo… Carlos cerró los ojos con fuerza, y oró con más intensidad. Debía olvidarla…



Una fría mañana de noviembre, se encontraron en el puerto. Pasearon abrazados contemplando las aguas y las pequeñas embarcaciones. Él evitaba mirarle a los ojos. Ella sabía que algo pasaba. Se besaron con pasión, casi con ansiedad, como si adivinasen que sería una despedida. Finalmente él se lo contó. Le contó todo: lo que había sucedido, sus reflexiones, sus pensamientos…Le abrió su corazón, pero aún así, ella no supo comprenderlo y con el corazón roto en pedazos, allí le dejó.

Una lágrima recorrió su mejilla en silencio, pero Nora se la enjuagó con rapidez. Ver aquella pareja le había traído recuerdos, recuerdos dolorosos, que ella misma había encerrado en lo más profundo de su corazón, bajo llave.

Nora despertó, sofocada. Hacía demasiado calor. Merci dormía a pierna suelta. Nora se acercó a la ventana y la abrió. Se asomó y contempló el paisaje. Todo estaba en calma, y no se movía ni una pizca de aire. Había demasiada quietud. “Como la calma que precede a la tempestad” pensó Nora con un escalofrío. Cuando se disponía a volver a la cama… un temblor estremeció la tierra. Merci despertó con un grito. Las camas comenzaron a moverse, las estanterías cayeron con estrépito y el aire nocturno se lleno de gritos estremecedores. Nora apenas podía mantenerse en pie. El pánico paralizó su cuerpo. Sabía que tenía que huir, pero no sin Merci. A duras penas avanzó hasta donde se encontraba ella. Tenía un pie aprisionado bajo una de las estanterías y los ojos cerrados. Nora le tomó el pulso con desesperación. Su corazón aún latía, aunque débilmente. Intentó levantar como pudo la estantería, pero no tenía suficientes fuerzas. El techo de la construcción comenzó a tambalearse. Nora se asomó al pasillo. De pronto un crujido estremecedor resonó en la habitación, antes de que el techo del edificio se derrumbara. Un cascote le golpeó, dejándole inconsciente…



-¡Ha ocurrido una desgracia! ¡Ha ocurrido una desgracia!- clamó el Padre Juan, irrumpiendo en el refectorio durante el desayuno- Ha ocurrido una desgracia en uno de los territorios de l a misión. Se ha producido un terremoto en Haití…

El corazón de Carlos se detuvo. Nora… Carlos se derrumbó.

Despertó en la camilla de la enfermería. Se levantó con celeridad y accedió al ordenador de la enfermería. En la madrugada se había producido un terremoto de gran intensidad. Gran cantidad de muertos. Gran cantidad de desaparecidos. Una catástrofe. Pero Carlos solo podía pensar en su nombre una y otra vez. “Nora…Nora…Nora” Tenía que saber que estaba bien. Corrió al despacho del Padre Lorenzo. Estaba vacío. Tomó el teléfono y trató de indagar durante hora y media acerca del paradero de Nora. Nadie sabía su paradero. Su cadáver no había sido encontrado hasta el momento. Carlos soltó el teléfono y se sentó pesadamente, llevándose las manos al rostro mientras lágrimas de frustración caían por sus mejillas. El Padre Lorenzo entró en el despacho.

-Es por Nora, ¿verdad?, la chica que dejaste al entrar aquí.

Carlos asintió.

-Necesito encontrarla, necesito saber si se encuentra bien si está…viva

-Creo que puedo ayudarte-sonrió con pesar el Padre Lorenzo-pero me temo que ya no podrás volver al seminario-Carlos le miró con incredulidad-necesitamos gente que vaya a ayudar. Podría conseguirte un transporte. Pero…si el amor que sientes por esa mujer es tal que te empuja a buscarla a lo que se ha convertido en la boca del infierno…Necesitas estar con ella. El Señor aprueba la unión entre dos personas como vosotros-el Padre le posó la mano en el hombro y le sonrió con cordialidad-Sales esta tarde.

Carlos corrió a preparar todo lo necesario. La encontraría. En su corazón, sabía que ella estaba todavía viva, en algún lugar.



Abrió los ojos con esfuerzo y tosió fuertemente, lo que le produjo gran dolor. El aire, cargado de polvo le abrasaba los pulmones. Intentó moverse, pero el dolor se lo impidió. Uno de sus brazos colgaba inerte y su rostro y su frente estaban cubiertos de una sustancia cálida y pegajosa, de olor metálico, que inundaba sus fosas nasales. Anteponiéndose al dolor se levantó apoyándose en el brazo sano. No pudo evitar soltar un gemido. Todo el pasillo estaba lleno de cascotes. Milagrosamente no le había caído ninguno encima. Al intentar entrar en su habitación se encontró que una pila de rocas le impedía el paso.

-Merci… ¡Merci!-gritó con la voz ronca y desgarrada hasta que un acceso de tos le hizo enmudecer.

El tenso silencio quedo roto por unos gritos amortiguados.

-¡No te preocupes!-gritó Nora entre toses-voy a salvarte, aguarda por favor…

Comenzó a apartar rocas y cascotes, arañando, rompiéndose las uñas. Cejo en su empeño cuando el dolor ganó el terreno a la decisión y se derrumbó llorando de desesperación, mientras la sangre caía por sus manos, manchando aún más su pijama.



El avión aterrizó con dificultad en la pista devastada. Había sido un viaje demasiado largo para Carlos, lleno de pensamientos angustiosos e impaciencia, que no había hecho más que acrecentarse al ver el estado del país desde el aire.

-¿Es usted Carlos?-una joven le aguardaba junto al avión.

Las ojeras, la suciedad y algunos cortes y rasguños, afeaban su atractivo, que salió a relucir en la amplia sonrisa de esperanza que le dirigió. Ella esperaba que les ayudara.

-Estoy buscando a una persona-comenzó Carlos mientras avanzaban hacia la carpa habilitada como enfermería-se llama Nora Arenas. Es una estudiante de enfermería española.

-¿Nora?-la chica se giró y le dirigió una mirada de profunda tristeza-Es una de las personas desaparecidas. Aún no la hemos…encontrado-repuso con los ojos vidriosos.

-¿Sabes dónde se encontraba en el momento de…?

-A esas horas de la noche suponemos que estaría en su habitación durmiendo. Los restos del edificio aún no han sido examinados.

-¡Podría estar viva! ¿Por qué aún no han buscado allí?-vociferó Carlos fuera de sí.

La chica frunció el ceño con determinación y le tomó del brazo con firmeza, conduciéndole a grandes zancadas hacia donde se encontraban los bomberos trabajando en esos momentos. Los perros iban de un lado a otro entre los escombros, ladrando cuando olfateaban el olor de un ser humano. Mientras, los bomberos apartaban escombros, rescatando cadáveres y personas con heridas de diversa gravedad.

-Esos escombros eran antes un hospital. Ahí abajo se encuentran unas cien personas, entre ellas numerosos niños. ¿Crees que deberíamos anteponer la búsqueda de unas personas a otras? ¿Quienes somos nosotros para decidirlo?-repuso ella, temblando de rabia.

Carlos se estremeció ante la visión de los cadáveres, amontonados, y de las personas heridas, que eran transportadas a la gran carpa. Las lágrimas se asomaban a sus ojos. Golpeó lo que quedaba de una pared, hasta desollarse los puños. El dolor pareció calmar su corazón y le permitió pensar con la cabeza fría.

-Voy a encontrarla-vociferó a la chica mientras corría a lo que apenas horas antes había sido una residencia universitaria de estudiantes.

-¡NORA! ¡NORAAA! ¡NORA!-gritaba a todo pulmón mientras removía cascotes como podía.





-¡NORA! ¡NORAAA! ¡NORA!

Alguien la estaba llamando. Nora alzó la cabeza con pesadez. Le dolía cada centímetro de su ser. Se oía a lo lejos una serie de ruidos. Alguien estaba removiendo los cascotes a algunos metros de allí.

-Estoy aquí…¡Estoy a-quí!-gritó con las pocas fuerzas que le quedaban.

-¡¡¡¿NORAA?!!!

Parecía la voz de Carlos…

Había oído algo. Corrió al lugar dónde lo había oído y siguió retirando escombros sin cesar de gritar “su” nombre. Por fin consiguió abrir una abertura, lo suficientemente grande para poder introducirse por ella. Había cierta altura. Corrió hacia donde se encontraban los bomberos en busca de una cuerda.

No podía ser Carlos, él se encontraba en España, preparándose para ser ordenado sacerdote. Él lo había preferido y ella lo había acabado aceptando…Cada vez le costaba más esfuerzo seguir el hilo de sus propios pensamientos. Una pequeña abertura se abrió sobre ella y unos rayos de sol le cegaron momentáneamente. Oyó un ruido de pasos que se acercaban a toda velocidad. Cerró los ojos con pesadez. Oyó como alguien se deslizaba y aterrizaba junto a ella. Alguien la tomó en brazos. Un líquido caliente le cayó sobre el rostro, mientras la figura la apretaba contra su pecho.

-Nora-susurraba Carlos mientras abrazaba a Nora, sollozando como un niño.



Aquel día dos almas volvieron a nacer.


Aquel día 0.000.000 almas desaparecieron para siempre.


In memoriam

1 comentario: