Christie: Capítulo 1, 1ª parte

Christie se miró por última vez en el espejo. "Flequillo...correcto. Cabello liso...correcto. Raya...correcto. Bien, creo que estoy lista". Se enfrentaba a su primer día de Universidad y los nervios aceleraban su corazón. Se despidió con un beso en la mejilla de su madre y de su hermana y corrió hacia la parada del autobús. Era una mañana despejada de septiembre, pero también algo fría. Christie se arrebujó en su chaqueta. Mientras seguía esperando, lanzando miradas desesperadas a su reloj de tanto en tanto, unos chicos se acercaron a la parada.
-¡Eh, tú! ¿Qué narices haces tú sola a estas horas de la mañana? ¿Es que has perdido a tu mamá o algo así?-dijo burlonamente uno de ellos.
Christie sacó el móvil y se colocó los cascos. Segundos después las notas de su canción preferida calmaban sus nervios. Pero un empujón la sacó de sus pensamientos.
-¡Tía! Te he preguntado y quiero que me contestes, o ¿acaso nadie te ha enseñado nunca a hacer caso a tus mayores?
Christie bajó la mirada y se apartó de aquellos imbéciles. Decidió alejarse un rato de la parada hasta que aquellos energúmenos se marchasen. De pronto el autobús que debía coger pasó por su lado. Ya lo había perdido. Maldiciendo entre dientes se alejó calle abajo pensando qué hacer a continuación. Si volvía a casa su madre sin duda se enfadaría. "¡Vaya forma de empezar el primer día de Universidad!" pensó con pesimismo. Pero las cosas se iban a poner peor. Entre los acordes de guitarra de "21 Guns" Christie escuchó unos pasos resonando a su espalda. Los chicos de antes corrían hacía ella con cara de pocos amigos. "¿Y estos qué quieren ahora?" Pero no deseaba quedarse a averiguarlo, así que ella también corrió tratando de encontrar algún callejón por el que escabullirse. Giró en la primera callejuela que encontró y se escondió tras unas cajas amontonadas. El callejón no estaba precisamente limpio, ni podría aparecer en ningún cuento de hadas por su encanto, sino más bien parecía sacado de una escena de cualquier película de drogatas. Christie cada vez se sentía más incómoda y más tonta por haber huido de esa forma. ¡Eran las siete y cuarto de la mañana, por el amor de Dios! "Seguro que habrá más gente por la calle". En el momento en que se disponía a abandonar su escondite, los chicos entraron en la callejuela.
-Seguro que se ha metido por aquí, es imposible que una chica corra tanto.
"¡Mierda!" masculló entre dientes. Miró desesperadamente lado a lado intentando encontrar alguna otra salida. En la parte de atrás del callejón solo había una escalera que llevaba a lo que parecía ser un almacén abandonado. "La puerta tiene un candado del tamaño de un puño, camino cortado". Cuando ya había perdido toda esperanza se percató de la existencia de una pequeña puerta bajo el hueco de las escaleras. Parecía la típica puerta de atrás de alguna casa de las afueras. Perpleja decidió que por probar a ver si estaba abierta no perdía nada, así que se dirigió a ello. "¡Bien! Está abierta". Christie pasó y cerró haciendo el menor ruido posible.
-Menos mal que has llegado.
-¿Perdone?-preguntó Christie perpleja mientras cogía el delantal que una oronda señora mayor le ofrecía.
-Sí, sí, ahora tenemos mucho trabajo. Los chicos volverán en cualquier momento y la comida aún no está lista. Mira que le dije a Julien que no me enviara alguien muy joven, no es por ofender querida, pero sois las más incompetentes...-era increíble el torbellino de palabras que salía de la boca de aquella mujer mientras hacía mil cosas a la vez dando vueltas por lo que era una gran cocina de las antiguas.
-Linda, aviva el fuego anda que me estoy quedando helada y prepara el horno.
Christie alucinada se dispuso a obedecer a aquella extravagante mujer. Al fijarse en sus ropas se percató de que eran realmente extravagantes. Parecía llevar un uniforme de sirvienta sacado de una película inglesa sobre el siglo XIX, y sobre él un delantal cubierto de manchas. Procurando no mancharse los vaqueros de hollín Christie hizo lo que pudo para mantener el fuego encendido. Teniendo en cuenta que no tenía chimenea en casa, tampoco lo quedó tan mal.
-El horno, querida, el horno- le instó la señora, llevándola a empujones frente a un horno de aspecto antiguo.
-Pero si tiene más años que yo...¿no les convendría modernizar un poco el sistema? No sé, ¿comprar un microondas o algo?-ironizó mientras observaba e investigaba el horno, tratando de averiguar su funcionamiento.
-Ains...-con un suspiro de frustración la señor se colocó a su lado-mira qué fácil que es- afirmó sacando una especie de mechero extraño de su bolsillo.
Lo abrió y, para estupor de Christie, de él brotó una pequeña llama que se dirigió, repito, se dirigió flotando hacía un compartimento bajo el horno, que la señora abrió, lleno de leña, donde luego se acurrucó entre ella y un fuego comenzó a crepitar.
-Increíble...-musitó Christie asombrada.
-Para haberte contratado Julien, parece que es la primera vez que vieras un demonio de fuego, querida.
Christie parpadeó varias veces, abriendo y cerrando la boca. "¿Había dicho un demonio? ¿un demonio de fuego?".
-A todo esto, ¿cuál es tu nombre, linda?
-Christi...
-¡Ah! Christina, ya me acuerdo, Julien me lo dijo. Bueno Christina, sal por esa puerta y sube por las escaleras que encontrarás a mano izquierda. Dirígete al comedor y espera allí a que lleguen los chicos y cuando lleguen ofréceles esta bandeja-dijo dándole a Christie una bandeja de lo que parecía ser plata, con cinco copas llenas hasta el borde de un líquido ambar.
-Mu-muy bien...
-¡Apresúrate! Vamos...
Chrisite cerró la puerta como pudo tras de sí y comenzó a ascender las escaleras pensando en la extraña situación en la que parecía haberse metido sin apenas saber cómo. "Debo de estar soñando. Jamás volveré a atiborrarme a Nachos para cenar. Dentro de unos minutos seguramente sonará mi despertador y tendré que levantarme para acudir a mi primer día de universidad". Christie sonrió al pensar en la idea de comenzar a ser más independiente, a estudiar lo que de verdad le gustaba. Cuando alcanzó la cima de las escaleras abrió la puerta y se encontró en un salón, decorado profusamente a la manera medieval: escudos de armas, espadas y tapices decoraban las paredes, una mesa alargada ocupaba el centro de la habitación, rodeada por una veintena de sillas, todas de madera tallada y una chimenea encendida al fondo junto a otra puerta caldeaba el ambiente.


CONTINUARÁ

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