Fireflies

Saltó a través de la ventana con cuidado de no estropear su hermoso camisón nuevo. Cayó sobre las hermosas violetas del jardín en la oscuridad de la noche. Sacudiéndose los pétalos y la tierra, corrió feliz a la luz de la luna a través del jardín en dirección al estanque, sonriendo por primera vez en todo el día, cabello dorado al viento, ojos brillantes y toda alegría. Por fin, entre los hermosos cerezos en flor, vislumbró las tranquilas aguas de la pequeña extensión de agua. Con la respiración contenida, se arrodilló y esperó ilusionada. Lentamente, poco a poco, una a una, fueron apareciendo en la oscuridad de la noche. Siempre comenzaban en el mismo lugar, el centro de las calmadas aguas, para después extenderse en toda su extensión, componiendo hermosas figuras de doradas luces que extasiaban a la pequeña Diana, quien con los ojos brillantes no perdía detalle de las imposibles formas que las pequeñas lucecitas conformaban. Su imaginación infantil transformaba los pequeños insectos en un reino encantado, en el que dedicaban su danza a ella, la pequeña princesita, sus luminosas funciones. Y Diana sonreía encantada y aplaudía con sus pequeñas manitas, extasiada.
Junto a aquel estanque y su pequeño reino de seres luminosos, donde Diana descubrió el amor algunos veranos más tardes y entregó su primer beso.
Aquel estanque y sus habitantes con los que Diana compartió el día más importante de su vida en el que se entregó al amor verdadero.
Y aquel estanque al que llevó todas las noches de verano a la pequeña Lucía a conocer a su pequeño ejército dorado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario